“EL DESPOJO EN SI MISMO, NO SIRVE DE NADA”



“EL DESPOJO EN SI MISMO, NO SIRVE DE NADA”

Existe una línea muy delgada que separa el vivir una vida en Santidad y pureza, quebranto y auto negación, de un narcisismo espiritual y un espíritu fariseo  y si no tenemos cuidado podemos caer en este extremo peligroso ya que al hacerlo, en realidad queremos que los demás nos vean como el objeto mismo de lo que hablamos. En este caso del despojo de uno mismo.
El apóstol pablo escribió lo siguiente en su 1 carta a los corintios capítulo 13:

1Corintios  13:1-3

Si yo puedo hablar varios idiomas humanos e incluso idiomas de ángeles, pero no tengo amor, soy como un metal que resuena o una campanilla que repica.
1Co 13:2 Yo puedo tener el don de profetizar y conocer todos los secretos de Dios. También puedo tener todo el conocimiento y tener una fe que mueva montañas. Pero si no tengo amor, no soy nada.
1Co 13:3 Puedo entregar todo lo que tengo para ayudar a los demás, hasta ofrecer mi cuerpo para que lo quemen.  Pero si no tengo amor, eso no me sirve de nada.

Pablo escribe que es posible llegar a un punto en nuestras vidas en que incuso podemos ser unos poliglotas y aun hablar lenguas angélicas. Podemos hablar de parte de Dios y conocer sus planes más secretos, tener una gran conocimiento y una confianza tan grande en Dios que puede mover montañas, darle a los pobres TODO lo que tengo, dedicarme en cuerpo y alma a ayudar a los demás y sin embargo DE NADA ME SIRVE. ¿Por qué? Porque podemos hacer las cosas al revés.
Enfatizamos mucho en todo lo antes mencionado, pero, nos olvidamos de lo más importante.  El carácter de Cristo en mi interior. Si el despojo no es en primer lugar interno, personal, moral de tal manera que el amor de Cristo este en mi vida, de NADA ME SIRVE TODO LO DEMAS.
Hablar del despojo, de la auto negación y de “dejar todo” por el simpe hecho de hacerlo no sirve.
¿Por qué el Señor le dijo al joven rico que vendiera todo y lo diera a los pobres?
Porque ese era su dios. Conozco personas de una condición “humilde y despojada” en lo material que son las más soberbias y maliciosas que haya conocido. Conozco personas con una actitud verdaderamente despojada y humilde en condiciones que simplemente no estarían en el estándar de muchos. El mismo Abraham el padre de la fe y amigo de Dios, dice al biblia que era un hombre muy rico. Sin embargo, eso nunca fue un problema para él. De hecho  jamás se enfatiza eso en su vida y sin embargo era un hombre despojado de sí mismo y  con su mirada en el galardón. ¿Qué diremos de Job? El despojo tiene que ser en el alma, en el ser, en mi persona y se traduce en todo lo demás, entendiendo que todo es del Señor y nada es mío. Absolutamente todo y no al revés. 

El no distinguir esto nos puede llevar a que la gente entienda o crea que entonces por el hecho mismo de ser “despojado” estoy logrando gracia o bendiciones especiales. A esto se le llama obras. Aun cuando parezcan muy piadosas o “santas” las intenciones. Es como aquellos que piensan que por que ayunan mucho obtendrán “algo” de parte de Dios,  como  un video juego en donde puedes  llegar a un “nivel”  más alto que los demás y pierden la esencia de todo lo que es el ayuno. Como aquellos que piensan que por tener más tiempo en la reunión o en la alabanza se “obtiene más gloria”. Todo este tipo de prácticas aparentemente piadosas muchas veces lo que esconden son obras disfrazadas. Tenemos como latinoamericanos una herencia católica que muchas veces no se ha dejado atrás, sino que sigue estimulando muchas de las cosas que hacemos dentro de la iglesia. La penitencia es una de ellas y las obras es otra. Tengamos mucho cuidado de no estar disfrazando nuestras intenciones con estas cosas. 

Esto es lo que escribe William Barclay en su comentario bíblico sobre esta escritura:
“Si el motivo que hace que una persona dé la vida por Cristo es el orgullo y el exhibicionismo, entonces hasta el martirio resulta absurdo y sin el menor valor. No es cinismo el recordar que muchas acciones que parecen sacrificiales han sido el producto del orgullo y no de la devoción.
Difícilmente se encontrará otro pasaje que demande el autoexamen de una persona buena tanto como este.”

Y sigue diciendo en  relación a los versos 4 al 7 de 1 Corintios 13.


En estos versículos Pablo lista quince características del amor cristiano.
El amor es paciente. La palabra griega que se usa en el Nuevo Testamento (makrothymein) siempre describe la paciencia con las personas, y no con las circunstancias. Crisóstomo decía que es la palabra que se usa de la persona que es ofendida, y que puede vengarse fácilmente, pero no lo hace. Describe a la persona que es lenta para la ira, y en este sentido se usa de Dios mismo en Su relación con los seres humanos. En nuestra relación con los demás, por muy refractarios e inamables e insultantes que sean, debemos ejercer la misma paciencia que Dios tiene con nosotros. Tal paciencia no es una señal de debilidad, sino de fuerza; no es derrotismo, sino el único camino a la victoria.

El amor es amable. Orígenes decía que esto quiere decir que el amor es «dulce con todos.» Jerónimo hablaba de lo que él llamaba «la benignidad» del amor. Hay mucho cristianismo que es bueno pero inamable. No había hombre más religioso que el rey Felipe II de España, pero impuso la Inquisición y pensaba que estaba sirviendo a Dios matando a los que pensaban de otra manera que él. El famoso cardenal inglés Reginald Pole proclamó que el asesinato y el adulterio no se podían comparar en hediondez con la herejía protestante. Aparte totalmente de ese espíritu perseguidor, hay en muchas buenas personas una actitud crítica. Muchos de los buenos miembros de iglesia se habrían puesto de parte de los escribas y fariseos y no con Jesús si hubieran formado parte de un jurado para decidir sobre la mujer sorprendida en adulterio.

El amor no sabe de envidia. Se ha dicho que no hay más que dos clases de personas en el mundo: «Los que son millonarios, y los que querrían serlo.» Hay dos clases de envidia: la que codicia lo que tienen otros, que es muy difícil de erradicar a fuer de humana; y otra peor, que se reconcome de que otros tengan lo que la persona envidiosa no tiene. No es tanto el querer las cosas para sí como el querer que ningún otro las tenga. La mezquindad de espíritu no puede caer más bajo.

El amor no es fanfarrón. El amor, antes se quita los moños que se los pone. El amor verdadero siempre se da más cuenta de sus deméritos que de sus méritos. Algunas personas otorgan su amor como si estuvieran haciendo un favor. Pero el verdadero amor no acaba nunca de sorprenderse de ser amado. El amor se mantiene humilde porque se da cuenta de que nunca puede ofrecer a la persona amada nada que sea bastante bueno.

El  amor no se pavonea de su propia importancia.
Napoleón siempre abogaba por la santidad del hogar y la obligación de cumplir con la iglesia -para los demás. De sí mismo decía: "Yo no soy un hombre como los demás. Las leyes morales no se me pueden aplicar.» La persona realmente grande nunca tiene presente su propia importancia. William Carey, que empezó su vida como zapatero, llegó a ser uno de los mayores misioneros y uno de los mayores lingüistas que ha habido en el mundo. Tradujo por lo menos partes de la Biblia a no menos de treinta y cuatro lenguas de la India. Cuando llegó a la India, se le miraba con desagrado y desprecio. En una comida, un esnob dijo para humillarle en un tono que todos pudieran oír: "Entiendo, míster Carey, que usted trabajaba antes de fabricante de calzado.» "No era fabricante -respondió Carey-; sólo zapatero remendón.» No pretendía haber hecho zapatos; solamente remendarlos. A nadie le gustan las personas "importantes». El tipejo «revestido de una breve y pequeña autoridad» es de pena.


El amor jamás pierde la gracia en el camino.
Es un hecho significativo que en griego la misma palabra quiere decir favor inmerecido y encanto, como en español. Hay un cierto tipo de cristianismo que se complace en ser hosco y casi brutal. Tiene fuerza, pero no atractivo. Lightfoot de Durham decía de Arthur F. Sim, uno de sus estudiantes: " Dejadle que se vaya a donde quiera, porque su cara es ya un sermón en sí.» Hay una gracia en el amor cristiano que nunca se olvida de que la cortesía, el tacto y los buenos modales son hermosos.

El amor no reclama sus derechos.
En último análisis, no hay más que dos clases de personas en el mundo: los que no hacen más que insistir en sus privilegios, y los que siempre tienen presentes sus responsabilidades; los que siempre están pensando en lo que les debe la vida, y los que nunca se olvidan de lo que le deben a la vida. Sería la clave de la solución de casi todos los problemas que se nos presentan hoy el que todos pensáramos menos en nuestros derechos y más en nuestros deberes. Siempre que nos ponemos a pensar en «nuestro puesto», nos vamos alejando más y más del amor cristiano.
El amor no se inflama de ira. El sentido verdadero de esta frase es que el amor cristiano no se pone furioso nunca con la gente. La irritación es siempre una señal de derrota. Cuando perdemos los estribos, lo perdemos todo. Kipling decía que la prueba de un hombre era si podía mantener la cabeza cuando todos los demás la perdían y le echaban a él la culpa, y el no ceder al odio cuando se es objeto de odio. El que está en control de su genio puede estar en control de cualquier cosa.

El amor no almacena recuerdos de ofensas recibidas.
La palabra que traducimos por almacenar (loguízesthai) es un término de contabilidad. Se usa para archivar algo para que no se olvide. Eso es precisamente lo que hacen muchos. Una de las grandes artes de la vida es aprender a olvidar lo que es mejor olvidar. Un escritor nos cuenta que " en Polinesia, donde los nativos pasan casi todo el tiempo de pelea o de fiesta, es costumbre el guardar algún recuerdo del odio. Se cuelgan artículos de los tejados de las cabañas para mantener viva la memoria de las ofensas recibidas, reales o imaginarias.» Eso es lo que hace mucha gente: abrigan rencores para mantenerlos calientes; rumian las ofensas hasta que se les hace imposible tragárselas. El amor cristiano ha aprendido la gran lección del olvido.

El amor no se complace en obrar mal.
 Sería mejor traducir que el amor no encuentra placer en nada que esté mal. No es tanto el deleitarse en hacer una mala obra lo que se quiere decir, sino el placer malicioso que nos produce a casi todos el enterarnos de algo negativo acerca de algún otro. Es uno de los raros rasgos de la naturaleza humana el que muy a menudo preferimos saber de las desgracias de los demás más que de su buena suerte. Es más fácil llorar con los que lloran que alegrarse con los que están alegres. El amor cristiano no tiene nada de la malicia humana que se complace en las malas noticias.

El amor se regocija con la verdad.
Eso no es tan fácil como parece. Hay veces que no queremos que prevalezca la verdad; y aún más veces cuando es lo último que queremos oír. El amor cristiano no desea tapar la verdad; no tiene nada que ocultar, así es que se alegra cuando la verdad triunfa.

El amor lo puede aguantar todo.
Es posible que esto quiera decir que "el amor lo puede tapar todo,» en el sentido de que no saca nunca a la luz del día los trapos sucios. Estaría mucho mejor dedicarse a remendar y a remediar las cosas defectuosas que a desplegarlas y criticarlas. Recordemos también que «cubrir» el pecado es una expresión bíblica típica que quiere decir perdonarlo (cp. Salmo 32: I). Pero lo más probable es que quiera decir que el amor puede soportar cualquier insulto, o injuria, o desilusión. Describe la clase de amor que había en el corazón de mismo Jesús.

Tus enemigos Te odiaban, despreciaban e insultaban;
Tus amigos Te dejaron, cobardes y desleales.
Pero Tú no te cansabas de olvidarlo y perdonarlos;

Tu corazón no sabía más que amar y perdonar.

El amor confía ilimitadamente.
Esta característica tiene un doble aspecto.
(i)                 En relación con Dios quiere decir que el amor Le toma la Palabra a Dios, y puede tomar cualquier promesa que empieza por «Quienquiera que» y decir: «¡Eso va por mí!»
(ii)               (ii) En relación con nuestros semejantes quiere decir que el amor siempre cree lo mejor acerca de los demás. A menudo es verdad que hacemos a la gente lo que creemos que son. Si damos muestras de no fiarnos de nadie, puede que los hagamos infidentes. Si les hacemos ver a las personas que nos fiamos de ellas a tope, puede que las hagamos fiables. Cuando pusieron a Arnold de director de Rugby, instituyó una manera completamente nueva de hacer las cosas. Antes, aquella escuela había sido un terror y una tiranía. Amold reunió a los chicos y les dijo que iba a haber mucha más libertad y muchas menos palizas. «Sois libres -les dijo-, pero sois responsables: sois caballeros. Me propongo dejaros a vuestro aire, dependiendo de vuestro honor; porque yo creo que si se os vigila y observa y espía, creceréis no conociendo más que los frutos del temor servil; y, cuando se os otorgue la libertad, como debe suceder algún día, no sabríais qué hacer con ella.» A los chicos les resultaba difícil creer aquello. Cuando los llevaban a su presencia, seguían presentando las mismas excusas y repitiendo las viejas mentiras. «Chicos -les decía, si vosotros lo decís, tiene que ser verdad. Creo en vuestra palabra.» El resultado fue que llegó el tiempo en Rugby cuando los chicos decían: «Es una vergüenza decirle una mentira a Amold. ¡Siempre le cree a uno!» Creía en ellos y los hizo ser lo que él creía que eran. El amor puede ennoblecer hasta al más innoble creyéndole capaz de lo mejor que puede llegar a ser.

El amor nunca deja de esperar.
Jesús creía que ninguna persona es un caso desesperado. Adam Clark fue uno de los grandes teólogos, pero había sido un estudiante más bien torpe. Un día, llegó un visitante distinguido a su escuela, y el profesor le señaló y dijo: «Ese es el chico más estúpido de la escuela.» Antes de marcharse, el visitante se dirigió al chico y le dijo amablemente: "No te importe, chico: tú puedes llegar a ser un gran intelectual algún día. No te desanimes, sino trata de hacerlo todo lo mejor posible. Sigue intentándolo.» El profesor había perdido la esperanza, pero para el visitante todavía había esperanza. Y, ¿quién sabe? Puede que fuera aquella palabra de esperanza lo que hizo que Adam Clark llegara a ser el que fue.

El amor lo soporta todo con entereza triunfante.
El verbo que se usa aquí (hypoménein) es una de las grandes palabras griegas. Se suele traducir por soportar o aguantar; pero lo que realmente describe no es el espíritu que puede sufrir adversidades pasivamente, sino el espíritu que, al soportarlas, las conquista y transforma. Se ha definido como «una constancia viril bajo la prueba.» George Matheson, que perdió la vista y sufrió una desilusión amorosa, escribió en una de sus oraciones que quería aceptar la voluntad de Dios, «no con muda resignación, sino con santo gozo; no sólo sin murmurar, sino con un himno de alabanza.» El amor puede soportar cosas, no meramente con resignación pasiva, sino con entereza triunfante; porque sabe que "la mano de un padre no causará nunca a su hijo una lágrima inútil.»
Una cosa falta por decir: cuando pensamos en las cualidades de este amor tal como nos las retrata Pablo, descubrimos que se hicieron realidad en la vida del mismo Jesús.



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